

Tomé la Primera comunión en la Iglesia de Jesús del Monte, en la Víbora, La Habana, allí estudié el catecismo, con monjas de la congregación del convento que pertenecía a la Iglesía, aprendí a orar, rezar y a tener fe en casa con mi abuelita, yo jugaba a ser monja y cuidar enfermos, me veía en una clínica laborando, esas eran mis fantasías infantiles, no lo fuí , no fue posible, sin embargo hoy diera lo que no tengo por entregar mi vida a una causa tan bella como es ser una sierva de Jesús en la tierra y humildemente lo que puedo hacer es enviar mensajes de amor, sanación, y fe al mundo por esta vía. Estoy plenamente y absolutamente convencida del poder que tiene la oración. La que emana del alma, del corazón de los hombres, directa al Padre o a aquellos Santos a los cuales pedimos con devoción. También mi adorada tía Migdalia Alegret, hermana de mi padre , mi adorada tía Milagros, y mi abuela paterna Josefina Amador eran mujeres de entereza y mucha fe, con ellas conviví muy cercanamente cuando me trasladaron mis padres a vivir a un pueblo de Las Villas, Santo Domingo en Cuba.
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