Saben ustedes que mi abuela Teresa con quien pasé mis primeros años de vida abandonó Cuba para ver a sus cinco hijos que estaban en los Estados Unidos cuando yo tenía 14 años, y siempre conservaba la idea, el deseo, de que yo llegara a estar con ella; así vivió hasta los 98 años edad en que transitó por deseo propio, no por enfermedad, sus años ya le agotaban el cuerpo físico, es hermoso destacar específicamente este hecho. Este poema que a continuación escribo es dedicado a ella.
Los que se van
Ruge la lancha, zarpa rumbo abierto,
un bando de gaviotas se perfila,
y gruesas betas de dolor destila
el mar ennegrecido de mi puerto.
Las manos, los adióses, un concierto
de lánguidas y ansiosas despedidas,
francas sonrisas de lejos percibidas
hacia lejanos puntos de lo incierto.
Mi corazón atado también vuela,
se marcha el rostro de la afable abuela
la abuela mas feliz y complaciente,
Ruge la lancha, zarpa rumbo abierto,
un bando de gaviotas se perfila,
y gruesas betas de dolor destila
el mar ennegrecido de mi puerto.
Las manos, los adióses, un concierto
de lánguidas y ansiosas despedidas,
francas sonrisas de lejos percibidas
hacia lejanos puntos de lo incierto.
Mi corazón atado también vuela,
se marcha el rostro de la afable abuela
la abuela mas feliz y complaciente,
Yo solo digo adiós a los adióses,
ya la lancha se aleja con sus voces
ya la lancha se aleja con sus voces
y atrás quedó la niña adolescente.
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